Un Designio Inesperado


Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo atrás una tribu del norte de Asia se reunió junto a la hoguera. Como la tradición lo indicaba, el jefe de la tribu, tras oír el llamado del Dios del Fuego, les entregaría una carta a cada uno de ellos, la cuál revelaría su propósito en este mundo.

La ceremonia era sencilla. Aunque no por ello menos profunda. Sólo requería adorar al Fuego, contemplarlo y darle las Gracias por el Milagro de la creación y por ser una parte manifestada de ella. 

Toda la noche transcurría ­así, meditando profundamente y en expectativa silenciosa.

Al día siguiente, tras los primeros vestigios del alba, precedidos por la quietud de la noche y anunciados por el canto del ruiseñor, llegaba el momento de develar cuál sería el destino de cada uno.

El cacique repartió las cartas, con Suma Presencia y Sagrado gesto. Cada quien tomó la suya, abrigándola entre sus manos con total aceptación. Dijese lo que dijese. Puesto que sabían que la revelación y la felicidad jamás están escindidas en el Plan de Dios.

El fuego ya acababa de quemar el último leño. Y las brasas aún emanaban un suave calor, cobijando a la tribu en el mismísimo aliento que en un momento susurró:

-“Ahora léelo”.

El cacique fue tocando las cabezas de los hombres y en la medida en que uno era avisado, leía su carta en voz alta. 

-¡Carpintero!-, leyó el primero. Honrado y feliz, agradecía y todos apoyaron con una alabanza y bendiciones su rol en el destino.

-¡Labrador!-, continuó el siguiente y la ovación del resto prosiguió.

-¡Padre de familia!-

-¡Jefe de tribu!-

-¡Pescador!-

-¡Viajero!-

-¡Cocinero!-

-¡Escultor!-


Cada uno leía su misión y la comunidad ovacionaba.

Así transcurrió un buen rato, entre cantos de júbilo y alabanzas.


Hasta que en un punto llegó el momento de Kano, el más tímido de la tribu. Sus manos temblorosas delataban su temor y el sudor de su frente tampoco lo ayudaba. Tomó aire inspirando súbita y profundamente y con el coraje del cosmos depositado en sus pulmones dió  vuelta su carta.

Era un comodín.


La tribu quedó perpleja y estuvo a punto de armarse un revuelo. Hubo un intento de ovación pero al parecer le ganó el desconcierto. Y al final, todo atisbo de aplauso fue frenado por el silencio más incierto de todos. 


¿Qué propósito tendría para Kano, el Dios del Fuego? 

¿Acaso la creación se había olvidado de él?


El jefe de la tribu, al observar el comportamiento desordenado de los presentes se puso de pie y con magnánima presencia dijo: 

-¿Qué es lo que sorprende a mi pueblo con tanta magnitud que le impide alegrarse ante el designio de este hermano? 

¿Por qué han cesado sus ovaciones y danzas de celebración?

¿No lo creen a vuestro hermano merecedor de aplausos y muestras de alegría?


-No es eso, Honrado Jefe. Alguien se animó a responder.

¡Es que no hay designio para Kano! Exclamó

¿Cómo es eso posible?


Tras una breve pausa. Nunca sin antes pesar las palabras en la balanza de la cordura, el Jefe de la tribu contestó:

-¿Qué creen que es lo que determina el designio de sus roles? 

¿La suerte? ¿El azar? Acaso ¿La casualidad?-


-¿Cómo crees que Dios podría estar tan seguro de que tú siendo un labrador harás un excelente trabajo? ¿Y tú como escultor y tú como viajero? ¿Es que acaso creen que el antojo de Dios es quien determina ello?-


-Ninguna acción podría nacer de la nada ni de una voluntad insensata. 

Toda acción, labor, quehacer, que alguien ejerce en su vida es nacida de su noble cualidad. Es el reflejo de esa noble virtud que, desde sus orígenes, se encarga de regar la chispa Divina que habita cada uno de sus cuerpos-.


-Tú, Jael, eres labrador porque amas la tierra como nadie; tú Jonás, eres viajero porque amas explorar; tú Vadim, carpintero por tu conexión con los árboles-. El Amor es la clave que le da a Dios la señal para que Él pueda tomarla y expresar en nosotros aún más de sí mismo.


-Dios no se olvidó de Kano. A él le dió un comodín porque su don radica en el amor que profesa a la posibilidad de elegir-.


Es por eso que cuando alguien se encuentra confundido y no sabe cuál es su destino, la actitud más acertada que podría tener sería entrar en calma y sonreír. Porque aún quien piensa que nada tiene, siempre tendrá en sus manos un comodín. 


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