La Puerta del Infinito









Cuando ese día llegue al templo Zen, un Maestro me estaba esperando. Las piedras suspendidas en el calmo lago marcaban el camino hacia la entrada, donde el sabio Maestro aguardaba la llegada de sus visitantes. 

Con una delicada reverencia entré, y unos pocos minutos de silencio antecedieron a sus primeras palabras:

 -Siéntate, no querrás que se enfríe tu té-.

Obedecí su grata propuesta y antes de que alcanzara a beber el primer sorbo me preguntó: -¿A qué has venido?-

– Vine porque quiero saber si después de tantos errores que he cometido, la Puerta del Glorioso Infinito sigue estando abierta para mí-.

El Maestro me miró fijo a los ojos y tras otro breve silencio me dijo: –Sígueme-.

Inmediatamente me puse de pié y obedecí su mandato.
Salimos del Templo y a un costado, sobre el lago sereno, el camino de piedras que me había traído, parecía continuar. El Maestro subió a una que sobresalía suntuosa y empezó a avanzar pisando una piedra tras otra… Yo, lo seguía detrás. 

En cada paso nos íbamos elevando. 

Las piedras que yacían visibles en el agua enseguida le dieron lugar a piedras suspendidas en el aire, que también nos sostenían firmemente escalón por escalón.

No tengo conciencia de cuanto subimos. Sólo sé que en mi mente sólo había un rumbo. Uno claro, certero y determinado que me permitía dar cada paso firmemente aún antes de ver aparecer el próximo escalón. 

En un punto el Maestro se detuvo, volteó hacia mí y me miró.

Cuando reaccioné me di cuenta de que a mi izquierda comenzaba a formarse otro camino, también de piedras que se perdían a lo lejos como prometiendo llevarme a algún lugar. 

Delante de mí, el Maestro sin más piedras que la que lo sostenía y yo, una por debajo, frente a una decisión.

Elige-, fue todo lo que oí. 

Entonces, tras un breve silencio, como ya se me hacía costumbre, elegí… 

Mirarlo dulcemente y cerrar los ojos.

En ese momento la calma inundó mi mente y el amor más profundo colmó mis emociones. Si pudiera medir el tiempo no sabría decir si unos segundos pasaron o quizás unas cuantas horas. 

El mundo parecía haberse detenido en un eterno tiempo infinito. Hasta que en un momento la voz del Maestro me trajo de regreso hasta aquí: 

Abre los ojos, no querrás que se enfríe tu té-.

Ante la estupefacción de mi rostro, al verme sentado en la misma posición que antecedió la experiencia, el Maestro me habló: 

-Siempre hay otro camino, aunque en apariencia no parezca haberlo.
Desde el inicio, la duda podría haber empezado a trazar el suyo (me refiero a su camino propio) haciéndote tambalear con preguntas llenas de sospecha ¿Con qué fin? sólo con el de expulsarte de tu elección. 

Sin embargo,  tú nunca dudaste de que frente a tí una nueva piedra aparecería para sostenerte. Aún antes de verla ya estabas dispuesto a dar el siguiente paso. Y cuando aparentemente ya no había piedras por recorrer para mí, a tí aún sí te quedaba una: la mía. 

Decidiste entregarte por completo a la certeza de tu primera elección.  

Tu prueba ha sido superada. 

Has comprendido que por más prometedor que aparente ser un camino,  lo único que no te hará perder de tu destino es la fuerza de tu convicción.

Así que a tu pregunta te respondo: 

-La puerta del Glorioso infinito sigue abierta para ti.

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